La importancia de la formación de liderazgo

Empezaré por repetir una pregunta muchas veces formulada, el por qué un pequeño número de personas en el mundo gobiernan a millones de seres humanos. Qué los hace empoderarse y estar por encima de los demás, allende sus atributos personales, sus posesiones materiales, sus relaciones en círculos de poder políticos – económicos y el dinero que disponen, con esa autoridad y seguridad con la que transitan por la vida? Cuál es la razón por la cual se les obedece de manera muchas veces dócil y obediente, además, de ser reverenciados o ser foco de atención en los distintos ámbitos donde se mueven sean estos sociales, políticos o culturales. De cierto qué, esa solvencia con que se manejan los suele terminar por ubicar en ciertos lugares preponderantes o preferenciales en la cima de la pirámide social. Varios de ellos se los considera desde la opinión pública o por los cargos que ocupan como: líderes o conductores indiscutidos de Pueblos, poderosos dirigentes sindicales, eminentes Ceos o gurúes de empresas o consejeros financieros, notorios luchadores sociales, tenaces jefes de equipos en oficinas de venta, fervorosos capitanes deportivos, etc. Lo que sí, se puede inferir es qué, detrás de todo aquello siempre aparece una determinada personalidad afianzada o la presencia de una capacidad especial que denotan estos personajes a la hora de actuar, lo cual, los hace sobresalir entre el resto de sus congéneres y ser secundados por aquellos en sus tareas, proyectos y planes diligentemente.

Nos preguntamos entonces, por qué ser un líder o aspirar a ejercer cierto liderazgo sobre los otros mortales o simplemente llegar a ser líder de nuestra propia vida. La respuesta, descartando la idea negativa de un ego dominante y tal vez con ansias de poder de mando sobre otros, sería: sentirnos útiles y con cierta capacidad para ofrecer un servicio a nuestros semejantes toda vez que nos necesiten o haya desafíos u obstáculos difíciles a superar en su desarrollo personal que los limite; para que logren invertir esa relación dual que sentencia: “si no eres la rueda que muele el trigo serás la brizna de éste que es molido por aquella”. Si bien, no todos podemos aspirar a transformar fácilmente nuestra personalidad para coronarla con el galardón de un liderazgo sobre multitudes, sí se puede comenzar de todos modos a hacerlo sobre uno mismo. La idea para que aparezca ese liderazgo tan ansiado que corone un día nuestro esfuerzo, con un posible progreso económico que mejore nuestro estilo de vida y permita en definitiva sentirnos más libres para obrar, en principio ha de tener como finalidad el lograr romper ciertos moldes con los que nos han formado psicológicamente y a raíz de los cuales hemos naturalizado ciertas actitudes de comportamiento social. Para eso es necesario visibilizar y hacernos conscientes, desde la disciplina sociológica, de la incidencia que ejerce el poder social regulador, condicionante de los hechos sociales: esa manera de pensar, sentir y actuar exteriores a los individuos orientativos de su conducta, según Durkheim; esas presiones que coaccionan de manera consciente e inconsciente, para en muchos casos aceptar como algo “natural” lo que responde a un mecanismo social que incide inevitablemente en muchos aspectos de nuestras vidas.

Todos tenemos esa capacidad de ser líderes comenzando primero por erguirnos como líderes de nosotros mismos en nuestra propia vida. Dejar de ser rebaños ciegos disciplinados en serie, para constituirnos como personas capaces de ser conocedoras y autoconscientes de sí mismas; de poder desarrollar plenamente nuestras ideas y proyectos, a la vez de poder aceptar con respeto los de otros; de ser críticos de esas zonas vedadas o erróneas que oprimen la consciencia al atar o adormecer nuestras capacidades latentes e impedir conocernos a nosotros mismos. Para todo ésto hay que comenzar por aceptar que no nos conocemos realmente, que no somos en realidad quienes creemos o hemos creído ser por años, que incluso la mayor parte de nuestra formas de pensar, sentir, actuar incluidos gran parte de nuestros gustos y aversiones son también prefijados durante años, ya que mayormente somos constructos sociales más que seres auténticamente personales. Para poder hallarnos realmente hay que liberarse de esas falsas estructuras que han hecho que no podamos ser quienes en verdad somos o podríamos llegar a ser, puesto que, hemos de entendernos, aunque nos moleste, como el producto resultante de un diseño social que nos hiciera adaptables y maleables en muchas aspectos a los requerimientos de una sociedad que nos impone, de manera subrepticia, determinados roles dentro de ciertos márgenes de acción en pos de su reproducción.

Basta pensar o recordar si alguna vez no nos hemos imaginado que podríamos o hubiéramos querido transitar nuestra vida de un modo diferente a como hemos tenido que hacerlo y no depender solo del azar. Si lo hicimos es porque potencialmente esa otra instancia ha estado siempre inmersa en nosotros, pero aún no ha resultado lo suficientemente molesta la realidad del presente para despertarla. Recién al poder sentir intensamente, que la necesidad o el deseo llegan a ser acuciantes nace la irresistible fuerza del anhelo y el acto se convierte en volición. Se puede concluir con unas palabras que tomaré de un sabio maestro de yoga hindú: “Quién nunca descansa, quién con el corazón y la sangre piensa en lograr lo imposible, ese triunfa” (Paramahansa Yogananda).